9 jul 2016

Caminamos juntos hasta llegar a la terraza de un café emblemático de Madrid.
Cruzamos el paso de cebra en silencio y cuando llegamos a la acera del bulevar, nos metimos en el perímetro de aquella terraza en silencio. Un pianista tocaba su piano y la gente bebía horchata o tomaba un helado muy rápido porque hacía mucho calor y todo se calentaba y se derretía con facilidad.
Nos sentamos, en silencio también. No habíamos articulado una sola palabra desde que estábamos esperando al otro lado del paso de cebra a que el semáforo se pusiese en verde. Por fin me miró y dijo: "Estoy pensando la manera de podernos decir la verdad sin tener miedo a hacernos daño".
Y salió todo. El silencio se llenó de palabras que por fin no se llevó el viento... Hablando y hablando finalmente atardeció y el aire fresco de la noche comenzó a correr libre como las cosas que nos habíamos callado y que esta vez no fracasamos en decir.
Muchas veces me alegro de que hayas venido para quedarte y que no importe la forma en la que estés presente.





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