Sofía y el verano

Está bien, empecemos.

Solo llevo una semana de clase y parece que llevo una eternidad encerrada en esos muros mitad verdes y mitad blancos. Durante estos cinco días, solo he escuchado la palabra selectividad barra PAU como unas ocho mil quinientas veces. Y jopé, basta ya.

No aguanto la rutina, hacer siempre lo mismo, vivir con prisas y tener que hacer caso a un maldito despertador nada más empezar mi día.

Si supieseis como estoy adorando este momento... Un poco de música por encima del nivel de volumen normal, agua fresquita de Madrid para beber y mis dedos tecleando este teclado para contaros algunas cosas que harían de este horrible invierno que se me presenta, el mejor de toda mi vida.

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[...]

Vale, ya. Vuelve la música.

Yo sólo quiero quedarme en la cama un día de lluvia bebiendo té y leyendo un buen libro. Ir caminando por las calles de Madrid y enamorarme de ese edificio, de aquella ventana o de esta calle, de los abuelitos que van de la mano. Quiero hacer fotos, dibujar, escribir y escuchar música que alimente mis oídos. Que me cuenten como nacen las flores y que me hagan cosquillas en la espalda. Que me acaricien el pelo y la cara, que me besen en la frente y que me abracen tan tan fuerte, que me quede sin respiración por unos minutos hasta que me suelten.

                                                                                                                                                                                           

Sería fantástico escribir en las ventanas poemas y que, cuando alguien eche vaho sobre ellas, lo pueda leer.

Comprar un abrigo calentito y dormir siestas con mi gato, Moco. Tomar un café en una cafetería con encanto y a la hora de salir, hacerlo corriendo porque está lloviendo a mares.

Realmente no comprendo como nos complicamos tanto. Por supuesto que creo que el trabajo y la cultura son necesarios. Pero, ¿tanto estrés? ¿Tanta presión? ¿Tanta rutina? ¿Es eso también necesario?

¡Vamos a dejar de ser robots, por el amor de Dios!