31 dic 2017

Yo que siempre escribo en este cuaderno cómo fue mi año, hoy no tengo ni idea de qué escribir. Estos últimos meses han sido muy silenciosos: solo observo y pienso. Creo que el punto de inflexión fue el verano del 2017, uno de los mejores de mi vida. Me puse muy zen, leí "Spiritual Growth" y solo pensaba en cómo hacer de mi entorno un lugar hiper feliz. Me quise reconciliar con algunos aspectos de mi pasado de buenísimas maneras y resultó que choqué con la realidad cuando me enteré de que mi buen humor de aquél momento no lo tenía todo el mundo. ¡Pero entonces aprendí! Aprendí que no importa si te rechazan, si pasan de ti o si te pisan... que lo bello de la vida está en ponerle buena predisposición a las cosas y hacer siempre lo que crees que va a evitar que te vayas a la cama con un problema que no te deja dormir.
Sin embargo, el camino hacia el aprendizaje es difícil y por eso estos últimos meses han sido, tan silenciosos: de calma, de tener los pies sobre la tierra, de escuchar, leer, pensar y maquinar. 
Así acabo el 2017, no tan feliz como aquél mes de agosto cuando me poseyó una felicidad quizás hasta irreal, pero sí sintiéndolo todo mucho, lo bueno, lo malo, lo terrenal, lo místico, lo absurdo, lo verdadero... con ganas de brillar en el 2018 en un intercambio de luz entre tú que me rodeas y yo.




¡A brillar!

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